Sáhara, octubre 2021
Después de un mes aterrizada de este viaje tan intenso, hoy he necesitado volver al desierto. He mirado todos los recuerdos, sin prisa, como el desierto inspira a tomarte la vida y me he visto con fuerzas para coger mis preferidos, aunque en mi corazón hay muchísimos más. Quizá ha sido el mejor viaje de mi vida, sin hacer nada, sin dosis extra de adrenalina, sin poder explicar mucho hacia fuera, pero con un aprendizaje que me ha dejado una buena resaca emocional (después de un mes, todavía, sí). Viajar cultivando el alma, es la forma en la que siento el viaje, a donde sea, pero volviendo con la mochila tan revuelta como una misma por dentro. Y "Caravana hacia el interior" te invita a hacerlo tan sólo dejándote llevar, y en buenas manos. Me llevo una gran lección, ahora entiendo qué significa para mí el “necesito desierto” y sé dármelo aquí mismo. Y aunque todavía no sé cómo hacer que crezca la flor que floreció en el desierto, de momento la cuidaré con todo el amor del mundo. Mil gracias a mis caravaneros, cada uno de vosotros fuisteis gran parte de mi aprendizaje. Gracias por tanto. Inshallah.
Sáhara, octubre 2021
Fui a la caravana sin buscar nada. Solo quería ver el desierto y disfrutar contemplando las estrellas. Me reencontré con Òscar Boule y me regaló su tranquilidad, su sencillez y el amor, con los que él y su equipo guían al grupo. Me encontré con los bereberes, que me enseñaron el trabajo humilde y que lo sencillo es maravilloso. Me encontré con compañeros/as, cada uno con su historia, abiertos a vivir la experiencia y sintiéndome en todo momento acompañado con mucho cariño y respeto. El desierto me enseñó a caminar poco a poco, a disfrutar subiendo las dunas y a dejarme caer en ellas. La noche en el desierto me regaló el silencio y la grandiosidad de las estrellas. Descubrí lo pequeño que soy y lo grande que puedo ser.¡Gracias Óscar!
Sáhara, abril 2018
El desierto es nada y es todo, es soledad y es compañía, es tristeza y alegría. Parece ser que ya empiezo a digerir lo que he vivido allí. Me he conocido más, me he dejado conocer, he cuidado y me he dejado cuidar, he abrazado y me han abrazado, he llorado y he reído, me he sentido morir y renacer. Agradecida eternamente a mi tribu del desierto, a los nuevos amigos y a Òscar Boule por su atención, presencia y respeto como guía del grupo.
Sáhara, octubre 2019
Puedes ir con pocas o muchas expectativas, pero el desierto y tú lo hacéis cambiar todo. Rencuentro con la sencillez, con nada y con todo, contigo mismo. Sufría por dormir en el suelo, por el baño o por la ducha. Al final, todo esto fueron anécdotas que contar. Enfrentarte a tus pequeños o grandes miedos. Hablar, conocer y, sobre todo, valorar lo que tienes alrededor. Una experiencia de las que dejan huella. Repetiré, por el desierto, por la gente, por mí.
Sáhara, noviembre 2015
El agua purifica el cuerpo y el desierto purifica el alma. Ésta fue la primera frase que escuchamos después de pasar una semana inmersos en el desierto y la que simplifica lo que viví allí. La experiencia de estar durante unos días sin estímulos externos, y la facilidad en que los sentidos, de repente, solo saben mirar hacia adentro es espectacular. Durante los días en el desierto disfrutas del silencio que hay en él. Gracias a la magia del desierto descubres partes de ti que estaban en la otra parte de la duna y que desde allí puedes visualizar y reconocerlas. La mejor experiencia que he tenido en mi vida.100% recomendable a todo el mundo.
Sáhara, abril 2017
Simplemente espectacular. Gracias a todos y a todo por hacer posible esta gran experiencia que me ha hecho dar un gran paso hacia adelante, para caminar mucho mejor por la vida. Todavía, en cierto modo, me considero con toda la caravana: el grupo, Òscar, los bereberes, los camellos, la arena, las piedras, el calor, los miedos, las sorpresas constantes, la manta de estrellas, el “whisky” del desierto, los fuegos de noche, las risas, las complicidades, los llantos, las ruedas mágicas, los campamentos, las comidas...
Sáhara, abril 2017
Ha sido un viaje de desconexión del exterior para conectar con lo más importante: mi interior y lo que realmente es importante y vale la pena. El desierto me ha permitido conectar con lo esencial, aquello que es invisible a los ojos y me vuelvo a casa enamorada. Enamorada de la vida y del desierto del sur de Marruecos. De su majestuosidad y su espiritualidad. Gracias, Òscar, por permitir a las personas que arriesgamos, vivir una experiencia única e inolvidable. El desierto me acompañará siempre donde quiera que vaya.
Es alucinante cuántas cosas puedes hacer y a cuántas te puedes dedicar cuando no tienes nada que hacer. Cuando el tiempo deja de existir. Cuando estás desconectado del mundo, pero conectado contigo mismo. Es genial. Gratificante. Maravilloso. Alucinante. Simplemente bestial.
Del desierto me llevo el silencio. Mi silencio. Que, desde que volví, me acompaña allá donde voy. Si algún día, por aquellas cosas del día a día, pierdo mi centro, volveré atrás, a estos días vividos en el desierto de Chegaga y me será fácil reencontrarlo, pues he aprendido donde buscarlo
Del desierto me llevo un grupo de amigos, un montón de experiencias compartidas y un gran tesoro dentro de mí que ya nunca me abandonará. Sabía que habría un antes y un después de este viaje, pero no me imaginaba la magnitud de este cambio.
La paz, la calma, el silencio, los compañeros de viaje, los guías (Óscar y Hamid), los camellos, los bereberes, su atención y dedicación, gentileza y generosidad, grandeza y humanidad. El sol, las dunas, la arena, la luna, las estrellas, los satélites, las noches, los días, las hogueras, los desayunos, los encuentros del grupo, las risas, el pan, el té verde con menta, la música, la percusión, el café con canela, el tajine, el viento, los idiomas…me voy orgullosa y satisfecha de todos vosotros y de todas esas cosas pero, sobre todo, de mí misma. ¡Insha'Allah!
Sáhara, abril 2017
Llegué al desierto con miedos, preocupaciones, tristezas, ansiedades, y no sé cómo, porque no lo sé, él tuvo el poder de desmontarlo todo. El desierto apareció en mí, en el momento exacto, en ese instante en que al oírlo todo tu ser reacciona y sabes que ya no hay otra opción.
Quizás fueron mis compañeros maravillosos que me sostenían constantemente en los momentos de debilidad, mostrándome también la suya. Quizás fue Óscar con su sutil pero sólido acompañamiento el que me daba la seguridad de que todo estaba bien. O tal vez la calidez y la complicidad de los bereberes que siempre estaban allí. Quizás el té reconfortante que me hacía sentir que lo mejor, está en esas pequeñas cosas. O el hecho de sentirme tan pequeña y grande a la vez frente a la austeridad del desierto. El pan recién hecho o una mirada de alma a alma…
Sea lo que fuera, permitió que mi verdadero ser fuera apareciendo paso a paso en esa arena, sin reparos, en silencio cada vez más segura y feliz. Lo que vi, sentí, viví, queda impreso, imborrable y siento que ha cambiado algo en mí, algo profundo, muy profundo. Gracias a todos los que habéis hecho que esta experiencia sea única.
Sáhara, octubre 2016
Otro tipo de viaje al desierto no hubiera sido tanto enriquecedor, pero esta fórmula de caravana a pie y en camello, similar a las caravanas tradicionales que recorrían el Sáhara hasta Tombuctú, hace magia con el espíritu. En mi viaje al desierto encontré varias paradojas. Curiosamente la sensación de aquella “nada absoluta” hace que desde dentro aparezca tu “todo”. Cuando te vacías al desierto empiezan a salir todas aquellas cosas reales que llevas dentro; deseos, placeres, objetivos, ilusiones y todo tipo de revelaciones personales aclaratorias.
Recuerdo que cuando volví del desierto decía a todo el mundo que tendría que estar prescrito médicamente de forma obligatoria ir una vez por año.
La segunda paradoja pasa por aquella sensación de estar perdido que puedes tener en algunos momentos. Cuando vas adentrándote en el desierto y vas perdiendo de vista las montañas que lo rodean, parece que entres en un nuevo mundo lejano. Curiosamente esta lejanía de todo, aquel tipo de pérdida de toda referencia espacial posible, juntamente con la pérdida de referencia horaria, te hace encontrarte a ti mismo. El desierto tiene la virtud de alejarte de todo y acercarte a ti mismo, a las cosas más básicas, más sencillas y necesarias.
Mi tercera paradoja fue concebir pararlo todo en el movimiento. Andar. Como Thoreau, como Verdaguer, como Gordo, Rosseau, Proust… experimentamos la belleza de observar cómo, del gesto del andar, afloran las ideas más interesantes o los mejores pensamientos. En mi caso, pensamientos sanadores sorpresivos, pues yo quería focalizar mi viaje en una decisión laboral importante pero el desierto me confrontó rápidamente con los pensamientos que tenían que aflorar para estar bien: un luto reciente de un familiar cercano que no había digerido todavía. El desierto te trae dulcemente sobre las cosas que realmente son importantes, y el movimiento de andar día a día va peinando estos pequeños hilos de nuestra vida; hasta que todo se para. Los últimos días del desierto son el puro placer de la observación de una calma interna, que hace espejo con la calma externa del desierto.
Por todas estas paradojas, creo que el desierto requiere andarlo como condición para que exista. Sino no es desierto: puede ser una postal o un espejismo; pero para que sea desierto hay que andarlo.
Sáhara, octubre 2018, abril 2019, noviembre 2019
Arriba: de día el cielo azul, radiante y puro. De noche, la galaxia infinita con sus miles de estrellas brillando en todo su esplendor. Abajo: un océano de dunas, divinas y cautivadoras, naturaleza en estado puro, paisajes embelesadores. Amanecer, anochecer… Silencio… Silencio… Silencio… En medio: mis compañeros y yo, Òscar y los guías bereberes que nos han cuidado maravillosamente, los dromedarios... Cada día un universo de sensaciones en forma de regalos continuos. Por dentro: un regalo para mi vida y para mi alma.
Desierto, silencio, encuentro.