Anochece con elegancia en el desierto, sin prisas, avisando. Los colores dejan de ser martilleados por el sol, y se hacen nítidos poco antes del ocaso. En una jornada cualquiera en el desierto, la noche sorprende a algunos viajeros de la caravana tomando dulce té servido por nuestros amigos bereberes; a otros les pilla aseándose; a otros participantes del viaje les sorprende tumbados en una duna descansando después de un intenso día; a otros enfrascados en divertidas o profundas conversaciones; a otros en plena comprensión de eso de encontrarse con uno mismo.
Y según los caprichos de la luna, ausente ella, la noche está estrellada hasta el infinito, casi irreal. Cuando decide visitarnos, la luna a veces llega justo a tiempo para despedir al sol. Otras se presenta tímida compartiendo cielo con las estrellas. Y en otras ocasiones, decide ser la protagonista, iluminando todo lo que abraza. Esa noche es una noche especial. Y seguimos tomando té, y seguimos conversando, o en trances de presencia mirando el fuego, mirando las estrellas, mirando nada…
Y la brisa trae olor de pan recién hecho en la arena y a harira (caldo marroquí) cocinándose lenta y amorosamente. Y compartimos cena, sentados en círculo, junto al fuego o bajo una jaima. Y compartimos palabras y silencios… Y cuando el sueño nos vence, cada cual elige cómo pasar la noche: Bajo una jaima, junto al fuego, bajo las estrellas o entre dunas.
Y constato algo que se repite una y otra caravana, que es la necesidad de intimar con la noche, de pasar una noche a solas bajo las estrellas. Y cuando eso se da, cuando uno vence las resistencias, los miedos, y se cita con la noche, algo sucede. Y eso que sucede es un encuentro, un revolcón de intimidad, de contacto íntimo con uno mismo. Y esa noche quizá sientas una mezcla de tristeza y alegría. Tristeza por el olvido de uno mismo y alegría por el reencuentro.
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Òscar Boule, creador de Caravana Hacia el Interior
Naturaleza, silencio, encuentro.